miércoles, 23 de junio de 2010

CATARSIS

Había desaparecido de la faz de su tierra, sin dejar ni siquiera un indicio, un algo.
A veces se planteaba que, de no ser por esas visitas a su casa, bien podía ser que él nunca hubiera existido realmente.
Sabía que no tenía sentido pensar eso, porque él si había sido: había estado en las tardes eternas y pesadas en su laburo, cuando todos van huyendo poco a poco, él aparecía para hacerla reír. En las noches insomnes, en las que el mundo dormía ahí estaban, armando mundos de música, cocina y tantas cosas más. En las tardes de resaca ofrecía compañía sin cargo alguno, con la extraña habilidad de sacar dolores de cabeza. Ella reía, se sentía mujer...
Y de repente no estuvo más.
Siguió riendo, con una carcajada menos; y a veces se sentía una nena triste, que solo quería que la abracen.
Deseo por todos los modos y con todas las fuerzas que él volviera, le rezó a cuanto Santo se le cruzó, mando todo tipo de mensajes…
Entonces quiso seguir escribiéndole, le hubiera regalado plazas de letras en las cuales sentarse los dos a hablar de sus vidas y alguna muerte.
Se daba cuenta que eso era un pobre intento de traerlo de vuelta… tapaba el silencio con palabras, no importaba de quién, lo vital era llenar esos agujeros por donde se le escapaban las cosas, las casas, los casos…
Negación a interpretar esos silencios como rechazo, porque esa crueldad no coincidía con lo que él había mostrado de su persona. Entonces no podía ser, mil cosas que podrían haber pasado, todas inverosímiles, salieron de su cabeza, pero ninguna era verdad y lo sabia…
Ese rechazo inexplicable, sin entendimientos la dejaba girando en falso, descubriendo un montón de cosas, ninguna de las cuales le parecía importante porque de todas maneras el panorama era el mismo, un triste paisaje de desolación, un jardín que se iba tornando árido…
Esperaba que se hiciera arena para que el viento la barriera y no quedara nada de él en ella, pero a veces creía entender que el olvido no sirve, es solo el entierro de nuestros vivos. Y a ellos, como a los muertos, podemos llevarles flores o dejarlos sucumbir en una lenta agonía de olvidos. Sin embargo nada quita que, sea lo que sea que se eligió hacer, siempre dejaran constancias de que existieron.
Mientras tanto, mientras esperaba que el tiempo haga milagros, ahí estaba, frente a su milésima caída en la nada, o sea en él, que no estaba, que se había ido…
Si le diera la oportunidad de hablarle, no lo dudaría y lo llenaría de palabras: palabras como besos, palabras como enojo, palabras y más, más palabras. Eso le regalaría. Después sí…después lo besaría…
Tantas veces fantaseaba con un regreso. Lo preferiría sencillo, sin demasiado espamento. Era algo así como verlo a través de la puerta de vidrio; luego ya sin puerta, él frente a ella para terminar con sus brazos alrededor de su cuello. Para completar el cliché, a veces pensaba que lloraría un poco. Y lo haría sin miedo, porque él estaría ahí y, de todas maneras, que tan malo resultaría mostrar sus sentimientos.
Sí, el estaría ahí…
Él…
Entonces pensaba en esa y tantas otras cosas que nunca tendría: un león, una jirafa, o un hipopótamo para la pileta de verano… sin embargo no podía evitar que no tenerlo a él le doliera un poquito más que no tener todo lo demás…

1 comentario:

Oli! dijo...

La mierda es lindo regalar palabras!!! Que odioso cuando nadie las quiere...