viernes, 7 de mayo de 2010

Papeles Viejos

      Y en mitad de esa fiesta de besos y abrazos él tomo su cara entre las manos y la miro largamente, como quién busca entender algo, como si quisiera comprenderla entrando en su mente. Después de unos minutos bajo sus ojos, abatido; solo había podido ver el reflejo de su cara y el destello de una sonrisa que no supo interpretar. Entonces prefirió seguir ahondando en terrenos más seguros, convencido que nunca tuvo madera de explorador: lo desconocido le causaba miedo, no sabía como actuar ante lo que encontraba.
     Ella comprendió eso cuando las manos de él la acariciaron y descendieron lentamente, provocando le escalofríos. Y deseó que esos ojos la miraran nuevamente para que pudieran ver de una vez por todas.

     Pero no fue así y entonces fue como si un vacío llenara su cuerpo, dejando nada donde antes había tanto. En ese momento sintió como si la estuviera insultando, haciéndola sentir chiquita. Ese sentimiento que llenaba su vida era tan poco para él, que ni siquiera podía adivinarlo en sus ojos, él que con solo mirarla podía darle tanto, no veía…
     Y cuando él estuvo encima suyo se aferró a su espalda para no pensar y llevarlo con ella, que se iba alejando de todo, sumergiéndose en esa nebulosa donde solo existían los dos, esa boca que la buscaba y esos brazos que la rodeaban brindándole seguridad y contención a eso que sentía y que en ese momento la desbordaba.
     No quería que concluyera ese momento, que se hiciera infinito para no tener que volver a la realidad y verse en la obligación de tomar una decisión, de quedarse o tener que decir adiós…
      Porque era una situación que no entendía y tenía miedo. La aventura nunca fue para los cobardes, y él siempre lo había sido, aunque también siempre había aparentado lo contrario. Y había logrado engañarla, una actitud desafiante y 2 ó 3 frases inteligentes habían logrado deslumbrarla y ganarse su incondicionalidad.
     Y no supo que hacer con todo eso. Ella era más valiente de lo que creía, porque se atrevía a sentir, sin miedo de llorar, ni de mirarlo a los ojos ni acariciarlo cuando tenía ganas. Y él no entendía, no era su forma de manejar las cosas…
     Por eso la miro a los ojos, para poder encontrar algo, un indicio que le permitiera entender que era lo que debía hacer. Y en ese lugar estaba él… y eso fue más aterrador que todo lo que una vez había podido sucederle…

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